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Entre fuentes y hierro, visitar París

Actualizado: hace 5 días

Fabiola Sofía Masegosa

Elegimos visitar París a pie. Empezamos el día acercándonos al río Sena, uno de los puntos más característicos de París y uno de los escenarios más icónicos de la ciudad. Desde la orilla, la vista del río es cautivadora: los puentes que lo atraviesan, las fachadas históricas y los paseos llenos de gente que caminaba, corría o simplemente disfrutaba de unos momentos de ocio. En la orilla había barcos cargados de turistas, navegando tranquilamente mientras disfrutaban de los paisajes y monumentos de la ciudad. La escena era preciosa y creaba una sensación de calma y, al mismo tiempo, de energía, como si París respirara y nos invitara a formar parte de ella.

Torre Eiffel

Paseamos un buen rato junto al río, observando los detalles: las fachadas con los balcones de hierro forjado, los árboles que dibujaban sombras en las aceras, los cafés llenos de gente y los artistas que mostraban sus obras a turistas y transeúntes. Cada rincón tenía algo de historia y encanto, y todo parecía invitar a pararse, mirar y capturar un momento que sólo se podía vivir en ese lugar y ese instante.

Torre Eiffel
De camino a los Jardines del Trocadero

Luego caminamos hasta los jardines del Trocadero, un espacio que combina terrazas, escalinatas y fuentes monumentales. El agua que salía de los surtidores generaba un murmullo constante y refrescante, y su movimiento aportaba dinamismo al escenario. La Torre Eiffel se veía imponente en el fondo, dominando el horizonte y recordándonos por qué es uno de los puntos más visitados del mundo. Los jardines permitían pasear con tranquilidad o sentarse en algún banco y observar cómo los turistas y los locales compartían el espacio. La combinación de la elegancia clásica de los jardines con la modernidad de la torre creaba un contraste atractivo y armonioso, perfecto para tomar fotografías o simplemente disfrutar del ambiente.

Jardines del Trocadero
Jardines del Trocadero

A continuación atravesamos el puente de Iéna y empezamos la ascensión hasta la parte más alta de la Torre Eiffel. Habíamos comprado la entrada que incluía una copa de champagne, y pudimos disfrutarla mientras contemplábamos París desde la altura. La ciudad se extendía debajo de nosotros como un mapa tridimensional: los bulevares rectos que parecían dibujados con regla, los tejados grises e infinitos, el río serpenteando por la ciudad y los puentes que lo atravesaban. La sensación de verlo todo desde arriba era impresionante: cada detalle, cada calle y cada edificio se encajaba dentro de una imagen completa e inolvidable. La copa de champagne fue un pequeño gesto de celebración, un momento que añadió un valor especial a la experiencia. Nos quedamos un buen rato observando la ciudad, comentando los sitios que ya conocíamos e imaginando otros rincones que nos gustaría visitar en el futuro.

Cúpula de la Torre Eiffel
Champagne en la cima de la Torre Eiffel

Más tarde, probamos macarones auténticos, con su textura suave y sabor delicado, completamente diferentes a los que solemos encontrar en Andorra. Cada bocado era una muestra de la tradición pastelera francesa y convertía ese momento en un placer gastronómico especial. Nos detuvimos para disfrutar con calma, observando al mismo tiempo la actividad que había alrededor y dejando que los sabores cumplan su función: hacer que la visita fuera aún más memorable.

Madame Brasserie
Comiendo a Madame Brasserie

Por último, comimos en Madame Brasserie, situada en el interior de la misma Torre Eiffel. El restaurante ofrece un menú completo y excelente, con entrantes ligeros y frescos, platos principales elaborados con ingredientes de temporada y postres típicos franceses. Disfrutar de la comida mientras contemplábamos la ciudad desde las ventanas del restaurante fue una forma agradable de descansar después de un día intenso y de completar la visita con los sabores característicos de París. El ambiente del restaurante era tranquilo y elegante, y se notaba el cuidado en el servicio y en la presentación de los platos, lo que hizo que la comida fuera tan especial como el resto de la jornada.

Ese día combinó turismo, vistas, gastronomía y momentos de tranquilidad. El río Sena y los barcos que navegaban, los jardines del Trocadero con sus fuentes, la altura y la panorámica de la Torre Eiffel, los macarones y el menú en Madame Brasserie crearon una experiencia completa y diversa. Cada elemento aportó una dimensión diferente: el agua y los barcos añadieron movimiento y belleza, los jardines dieron calma y elegancia, la altura de la torre ofreció perspectiva y admiración y los sabores de la gastronomía hicieron que todo el conjunto fuera memorable. Al final del día, la ciudad había dejado una impresión duradera, con la sensación de que cada momento había vivido plenamente y con todos los sentidos.

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